viernes, 16 de septiembre de 2011

Blanca y radiante... o no.

   La moda, las costumbres, los intereses, las tradiciones... todo cambia. Incluso algo que parecía inmutable como casarse de blanco.

   Hoy en día no es necesario (ni habitual) que una novia vaya tan cándidamente  vestida, ni siquiera que escoja entre la amplia gama de los hueso, marfil, crudo, blanco roto, crema, etc. He visto en escaparates vestidos de novia con estampados en azul Prusia, con adornos en verde botella, corpiño en púrpura y, para mi desconcierto, he llegado a ver un maniquí nupcial vestido de negro desde el dobladillo hasta el velo (en mi opinión, éste no era ni elegante, ni lógico, ni nada que se le parezca... pero en gustos no hay nada escrito).

   Veo las fotografías de Sofía Coppola en su boda con Thomas Mars y “a priori” me gusta el vestido en color lavanda (según reza el pide foto), vaporoso y con un sencillo brocado. No es nada feo. Pero en la siguiente fotografía, compruebo que la falda de amplio vuelo y una suerte de enagua, termina cuatro dedos por encima de la rodilla. La conclusión es inevitable: para ser un vestido de novia, es MUY CORTO, sobre todo para unas piernas tan delgadas como las de la novia. El impacto visual es brutal y muy poco favorecedor. De hecho, para la celebración nocturna de su enlace, portó un vestido igualmente corto, en color coral, pero con la falda de menor volumen, que acompañó con unas sandalias de cuña de idéntico color, y estaba muchísimo más... por qué no decirlo... guapa.


   Pero noto que hay algo más que no me encaja. A poco que me fijo, descubro lo que es. Las enseñanzas de mi abuela materna vuelven a hacer mella en mí y me indican que, claramente, la novia estaba DESPEINADA. Efectivamente, “si una mujer está bien peinada y bien calzada, importa menos cómo va vestida”, es la enseñanza heredada a que me refiero. Comparando imágenes de la cineasta asistiendo a estrenos de películas, o a festivales de cine, en las que lleva el pelo recogido, o al menos, acomodado, resulta chocante ver que el día de su boda lo lleve tan... “au naturel”. Y reconozco que puede que justamente sea eso lo que hace que me desagrade tanto el resto del estilismo.

   Con esto, pienso cuán necesario es que la gente sepa en qué lugar, momento, evento, está. No es preciso cumplir las normas de protocolo o etiqueta a rajatabla, y menos porque yo lo disponga (que ni puedo, ni quiero hacerlo), pero a eso se expone quien no lo hace: a ser puesto en entredicho en cuanto a su elegancia o distinción. Y además, hay modos y modos de saltarse las reglas. Algunas veces, es permisible o incluso aconsejable. Otras, en cambio, son inexplicables e injustificadas. Aunque, como ya he dicho, en gustos no hay nada escrito.

   Como siempre, en el medio está la virtud. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario