domingo, 16 de octubre de 2011

Timoratos y tiralevistas, absténgase.

   De algún modo, la elegancia se puede definir como una vía de exteriorización de una personalidad dotada de autoestima, seguridad y cierto grado de cultura. Sin duda, alguien que sabe cómo llevar un chaqué, cómo responder a las preguntas que se le formulen, cómo caminar con tacones,  cómo saludar, cómo comportarse en la mesa, o tratar temas interesantes,  gozará de una ventaja con respecto a quienes no tengan esos dones y tiene mayores posibilidades de ser calificado de “interesante”, “elegante” o directamente “un encanto de persona”.

   Sin embargo, en el extremo opuesto estarán los que, por ser así su personalidad o por fingir unas virtudes de las que se carece, se muestran dubitativos, inseguros, indecisos o exageradamente humildes. Esta gente incapaz de responder con un sencillo monosílabo a preguntas directas me resulta exasperante.

La protagonista de "Rebecca", oscarizado film de Hitchcock, a quien da vida Joan Fontaine,
es desquiciante por su inseguridad y  su desmesurado miedo a todo.

   Me explico. La humildad es “per se” una virtud impagable, que todos deberíamos practicar o, al menos, procurar. De hecho, una persona nunca será realmente elegante si mantiene una actitud altiva o elitista. Pero no me refiero a esta humildad veraz, sino a una falsa modestia o a una pretendida servicialidad que en realidad no existe.

   Pongamos un ejemplo. Un amigo nuestro tiene que acudir a una cita y le preguntamos “¿Quieres que vaya contigo?”. En función de su respuesta sabremos cómo es nuestro amigo. Si contesta con un “no, gracias” o con un “me harías un gran favor, sí” debemos calificarle como una persona que nos respeta, y que, sin insultar nuestra inteligencia, nos trata con franqueza. Si responde un “no sé... como veas... no hace falta, pero si te apetece” primero podremos indignarnos (de hecho, lo hago... es superior a mis fuerzas) y luego concluir que, o nos está tratando con condescendencia o paternalismo, en caso de que quiera ir solo, o que pretende disimular el favor que nos pide, en caso de que quiera que le acompañemos.

   Veamos la situación a la inversa. Nosotros tenemos que acudir a un lugar y el otro nos pregunta si queremos que nos acompañe. Nosotros, como personas firmes y elegantes contestaremos a la pregunta y si el otro insiste “yo, como quieras, ya te digo... según te parezca” podremos indignarnos (de hecho, sigue siendo superior a mis fuerzas) y concluir que, o quiere venir aunque no se atreve a decirlo, en caso de que hayamos declinado amablemente su ofrecimiento, o que esa generosa ayuda fue brindada virtual y figuradamente sólo por quedar bien, en caso de que hayamos aceptado agradecidos que venga.

El espejo mágico de "Blancanieves", paradigma infantil
de que la adulación no ha de ser contraria a la verdad.

   En cualquier caso, la opinión que nos ha de merecer esa persona es negativa. Si se trata de una persona con muy baja autoestima, habrá de darnos lástima; y si es una persona fingida e hipócrita, habrá de darnos miedo... pueden llegar a ser personas intensamente peligrosas. NUNCA se fíen de quien da demasiadas explicaciones o excusas, y aléjense de personas así.

   Otra manía que hemos de desterrar (de una vez para siempre, encarecidamente lo pido) es la de ser anfitriones con vocación de “abuela universal”. Es francamente molesto y extenuante tener que lidiar con personas que no cejan en su empeño de que tomemos la quinta taza de café, o el cuarto trozo de pastel, ¿a que sí?. Pero, por justicia, y para llevarme la contraria en cuanto al término acuñado, diré que por una vez fue precisamente la abuela la que puso freno a la insistencia de su nieta, que repetía como un disco rayado “venga, una tacita de café, abuela, que te sentará bien”, a lo que la venerable señora respondió, tras agotar su paciencia, un categórico “niña, ¿eres tonta?... te he dicho YA que NO... gracias”, provocando un breve silencio  seguido de contenidas carcajadas (bueno... algunas no tan contenidas). Declaro mi admiración absoluta por esa señora, suegra de una querida vecina. Fantástica.

Un buen retrato de la hipocresía.

   Todo ello no indica que sólo los inflexibles sean elegantes, o que una actitud férrea encierre la única manera de alcanzar un elevado nivel de distinción o clase. Nada de eso. Pero sí que una actitud excesivamente servil o una forma de actuar dubitativa dará al traste con cualquier intento de destacar en dichas virtudes, porque para ser elegante, ante todo hay que ser coherente y simple... y estas costumbres eliminan cualquier vestigio de sencillez, tanto en las comunicaciones como en las personas en sí.

   Como siempre, en el medio esta la virtud.

1 comentario:

  1. Bueno, es que Joan Fontaine se queda sola haciendo de tontaina. Otro ejemplo lo tienes en "Sospecha".
    Pili.

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