lunes, 7 de noviembre de 2011

El Decálogo del Anfitrión

   Además del comportamiento que se exige a un invitado, también hemos de ver los peculiares deberes a que está sujeto el anfitrión, ya que... sí, también los hay. Cuando alguien ofrece una cena, almuerzo, cóctel, en su casa u oficina, ha de observar, principalmente unas pautas:

1) Invitar con tiempo. Es muy habitual que alguien invite a “la cena que doy mañana en mi casa”. O bien está pasando por alto la agenda del invitado, que puede que tenga otro compromiso, o bien -lo que es de todo punto maquiavélico- la finalidad es precisamente avisar con poca antelación con la esperanza de que el invitado no pueda asistir por culpa de ese compromiso previo que, dicho sea de paso, el invitante reza para que no pueda cancelarse o posponerse. En cualquier caso, es un error, y de muy mal gusto.

La decoración de la mesa no habrá de ser excesiva.

2) Confeccionar un menú universal. Se refiere este punto, sobre todo, a no olvidar posibles limitaciones que impidan a algunos invitados disfrutar de todos o parte de los platos principales. No serviremos un menú basado en ternera si asiste un hindú, o no podremos llenar de vino la copa de un árabe. Tampoco sería nada aconsejable hacer que un alérgico al marisco tomase nuestra célebre ensalada de cangrejo.

3) Tener presentes los gustos de los invitados. Es una señal de deferencia servir un licor muy apreciado por los comensales, o bien ofrecer un plato o postre que sabemos algunos de ellos están ansiosos por volver a degustar. Y si, por ejemplo, sabemos que alguna de las personas es especialmente friolera, intentemos que su asiento quede lo más cercano posible a la chimenea o radiador.

4) Prever tensiones o conflictos. Supone un ejercicio máximo de previsión, por otra parte necesaria. Así, advertiremos a nuestros amigos más anticlericales de la presencia de un sacerdote, y viceversa. Y procuraremos citar en ocasiones distintas a esa pareja de amigos que acaban de pasar por un divorcio complejo. En estos casos, según lo enconadas que sean las posturas y los argumentos esgrimidos por las partes, deberíamos cercenar directamente la LISTA de invitados.

La pérfida decisión de Bette Davis, en "Jezabel" (1938)
de no interferir en las discusiones de sus invitados tuvo consecuencias nada favorables.

5) Ser puntual. Es demasiado frecuente llegar a un local o domicilio a la hora indicada y ver cómo se ultiman preparativos o incluso tener que esperar a los anfitriones porque no han llegado o porque alguno de ellos no está listo (a veces, si se escucha bien, podremos oír claramente el sonido de la ducha y, con un poco de suerte el recital que alguien ofrece bajo la misma). Es imperdonable.

6) Ser preciso en la organización. Todo dependerá del grado de familiaridad y confianza que nos una con los invitados, claro está, pero en general no da buen aspecto llegar a la mesa y ver cómo alguna servilleta está manchada, o que hay restos de carmín en alguna copa. Ni hablemos ya de haber dispuesto más servicios que comensales o, lo que es peor, al revés... o pasar por alto una telaraña en una esquina del techo. La realidad supera a la ficción, créanme.

7) Ser cautos con la decoración. Pienso sobre todo en las reuniones con ocasión de grandes fechas. Es horrible no poder ver al comensal de enfrente porque un candelabro enorme de plata repujada es demasiado alto, o ser incapaces de evitar que un adorno de espumillón descomunal se empeñe en hacerse amigo de nuestra ensalada. Los centros de flores, preferentemente frescas, habrán de guardar un cierto equilibro estético con el resto de elementos y no ser voluminosos en demasía.

Los bombones son el mejor regalo que puede traer un invitado: será muy fácil  servirlos acompañando el café o el té de sobremesa, y no dan al traste con los planes del anfitrión.

8) Atajar los temas de conversación inconvenientes. Si a pesar de haber guardado celosamente el cuarto mandamiento, llega el fatídico momento en que el ambiente se caldea al tratar un determinado asunto, habremos de ponerle freno de forma suficientemente inequívoca y enérgica. Si las sutiles indirectas “Parece que será un invierno frío” o “Bueno, dejemos eso... mejor contadme si os gustó esa película que visteis el otro día” no fueren suficientes, habrá que recurrir al “Voy un momento a la cocina... ¿me ayudas?”. Si la porfía fuese aún así mayor, habrá que proceder a un nombramiento inmediato del beligerante como “persona non grata”.

9) Hacer homenaje a los regalos. Si algún invitado se presenta con un postre, unas flores, unos bombones, hay que hacerlo saber, salvo que se haya dejado muy claro que son para el exclusivo disfrute de los anfitriones. Si no, y aunque no peguen mucho, las flores habrán de ponerse en un lugar visible, si no de la mesa, sí al menos de la estancia. Y los postres o bombones se servirán indicando su procedencia, igual que en el caso anterior.

Un pequeño detalle, sobre todo si se trata de un almuerzo o cena
con fines mercantiles, será un buen punto a nuestro favor ante los invitados-clientes.

10) Agradecer la presencia de los invitados. Todo ha salido bien, han venido todos y se han portado de un modo exquisito. Eso ha de premiarse, con un mensaje al día siguiente mostrando lo grata que ha sido su compañía y lo satisfactorio del reencuentro, o, si hemos sido muy previsores y detallistas, con un obsequio (botellitas de un licor casero, o paquetitos de golosinas para los hijos pequeños, regalos de empresa, …) que les entregamos después de la cena, al despedirnos. Una vez más, dependerá de la naturaleza tanto de la reunión como de la relación con los invitados.

   Estos diez mandamientos se encierran en dos: respeto y elegancia. No se trata de agasajar hiperbólicamente a nuestros amigos o clientes, pero sí de tratarlos con una actitud distinguida y generosa, lo cual, si se tienen sentimientos de afecto (o si existe interés comercial) por ellos, será cosa fácil.

   Como siempre, en el medio está la virtud.

No hay comentarios:

Publicar un comentario