martes, 29 de noviembre de 2011

Un asesor de imagen debe saber...

   Nuevamente, el cine me inspira nociones, dudas y conclusiones. Viendo “La Condesa descalza”, donde una racial Ava Gadner interpreta a una bailarina española que no renuncia a sus principios pese a convertirse en actriz de fama internacional, un personaje que me despierta simpatía y algo de antipatía simultáneamente, dice que “un relaciones públicas es como un seguro... sólo que en vez de la vida, protege el buen nombre y la reputación”. En cierto modo, y dada la proximidad de ambas ramas, creo que es aplicable con matizaciones al asesor de imagen.

Ava Gardner, el animal más bello del mundo, en "La Condesa descalza" (1954)

   Digo con matizaciones porque, mientras que el relaciones públicas vela por esa reputación “per se”, con su propia actividad y gestión, dando la cara en nombre su cliente o jefe, el asesor sólo puede hacerlo mediante pautas y consejos que facilita al cliente y que éste debe usar en su beneficio cuando dé la cara por sí mismo. Es la misma diferencia que hay entre un portavoz y un apuntador: el portavoz está bajo el foco y ante el micrófono, en vez de su cliente... el apuntador, no, aunque sobre él repose en gran medida la calma y seguridad del cliente, que es quien está bajo el foco realmente.

   Hoy en día hay muchos políticos, empresarios y directivos, aunque no todos, por desgracia, que se sirven de los servicios de asesores de imagen y protocolo. Sin ir más lejos, hace poco tuvimos ocasión de presenciar (y criticar inmisericordemente, dicho sea de paso) la imagen de los candidatos a la Presidencia del Gobierno con ocasión del debate que mantuvieron.

Preceptivo saludo de los contendientes, en presencia de Manuel Campo Vidal,
Presidente de la Academia de las Ciencias y las Artes de la Televisión y moderador del debate.

   Sin embargo, aunque la labor de estos asesores facilita en grado sumo la actividad de políticos y directivos, y mejora su actitud y presentación ante los públicos a que se dirige la campaña o la empresa (que abarcan un mutidisciplinar abanico  de votantes, proveedores, consumidores, medios de comunicación, promotores, patrocinadores, …), a veces incurren en errores que suponen un efecto opuesto al buscado, y en muchas de esas ocasiones no es culpa del asesorado, sino del asesor.

   Otras veces, el mejor asesor fracasará frustrante e inexorablemente, a menos que tenga línea directa con NªSª de Lourdes... y será por culpa del asesorado (que alguno hay que es “genio y figura”) que desoiga sistemáticamente los consejos de aquél, como la María Vargas a quien da vida Ava Gardner en la mencionada película. Y esto es así, sin perjuicio de que esa fidelidad a la propia idiosincrasia pues ser admirable.

En la vida real, esta situación se da, así, tal cual.
   El asesor de imagen y protocolo debe, por tanto, partir de unas premisas, que varían según los casos, dependiendo de lo curtido o vivido que sea el cliente, y del grado de mayor o menor anticipación o preparación tenga en este asunto:

-  La imagen que quiere dar el cliente. Cuando el cliente, por su experiencia o perspicacia, sabe qué imagen quiere transmitir, hay que asesorarle en base a ese esquema. Si la intención que tiene el cliente a la hora de transmitir su mensaje es, por ejemplo, de austeridad, el asesor debe evitar símbolos, decoraciones o adornos personales que sugieran exceso o lujo... y viceversa.

-  La imagen que necesita dar el cliente. Cuando el cliente no sabe qué imagen debe dar, es ahí donde el asesor debe ser objetivo y procurar la imagen que el público potencial quiere o espera de ese asesorado. Para ello deberá estar en contacto con el gabinete de marketing o de publicidad, que es  el que puede informar a este respecto (lo ideal es que el asesor forme parte de ese gabinete, si es posible).

Ingrid Bergman, y su asesor de imagen, protocolo y "fraude", Yul Brinner, en "Anastasia" (1956)

-  La imagen que creemos que ha de dar el cliente. El asesor SIEMPRE tiene que dar su opinión, pero en los casos en que el cliente parte de cero (si no hay una experiencia o un estudio previo elaborado por personal “ad hoc” que indique qué imagen a transmitir es la más recomendable) esa opinión se convertirá en poco menos que norma a cumplir. En estos casos, con especial cuidado, hay que pensar en el cliente, porque también son numerosos los casos en que la imaginación del asesor se dispara y se olvida de ponerse en los zapatos del cliente y de analizar de modo realista sus circunstancias (y recordemos que aquí no hay otro análisis al que acudir).

   En resumen, las dos reglas básicas son: sentido del deber, los consejos que damos son para el cliente, NO para nosotros, y sacrificaremos nuestros propios gustos cuando sea necesario; prudencia, en caso de duda, será preferible pecar por defecto que por exceso, ya que “menos es es más”.

   Como siempre, en el medio está la virtud.

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