jueves, 29 de diciembre de 2011

Que si churras, que si merinas, ...

   Ayer tuvo lugar un partido benéfico... remarcaré la palabra: be-né-fi-co. Una periodista, con un absoluto mal gusto, se acercó sibilinamente a Luis Aragonés y encadenó una ristra de preguntas de tono oficial y serio, obligando al propio interpelado a cortarla con un educado aunque rotundo "hoy no se habla de eso: es un acontecimiento especial".


   Iñaki Urdangarín (que, para quien no lo sepa, o se obstine sospechosamente en decir lo contrario, NO es Duque de Palma y, por Decreto de S.M. el Rey, nunca lo fue) está imputado en un proceso penal. Y la opinión pública lo utiliza como excusa o parapeto para lanzar recios ataques contra la monarquía y su representante actual. Como si el resto de representantes públicos no incurriesen en lo mismo, o como si la república fuese a ser garantía de erradicación de la corrupción o ahorro a los Presupuestos Generales del Estado.

   Vivimos en una época en que todo vale, con tal de llamar la atención, vender el pescado que tenemos encomendado endosar a algún incauto consumidor, por muy podrido que esté, y conseguir un relumbrón de gloria, siquiera tangencialmente.

La libertad de expresión no debe conllevar grosería,
y menos en puestos de difusión pública.
  El problema que encuentro, sin necesidad de entrar a valorar axiológicamente estas actitudes, es que se mezclan las cosas. Puedo decir que un vestido es de mala calidad, o incluso que es horrible, pero lo que no puedo hacer (porque atenta directamente contra mi propia inteligencia y la de la concurrencia o auditorio) es decir que un vestido es un pantalón o, de todo se ha visto, un ornitorrinco.

   Desde un punto de vista profesional, los responsables y trabajadores de la información, están obligados a hacerlo de un modo veraz, porque así, con ese requisito, se configura este derecho en la Consitución y resto del ordenamiento. Y desde la perspectiva más moral, más ética, considero que un comunicador que facilita información a modo de batiburrillo no está cumpliendo verdaderamente con lo aprendido en su carrera.

   No se puede perder de vista, en ningún momento, el momento, el contexto y el contenido real. Acaso ¿a esa periodista le encantaría que en su boda irrumpiese un inspector de Hacienda a requerirle sus nóminas delante de sus invitados? Pues ha de saber la periodista que el inspector, si así lo hiciese, también podría argumentar aquello de "yo simplemente estoy haciendo mi trabajo". 



   En definitiva, que hay modos y modos de enfocar un asunto, de conseguir una noticia, de transmitir un mensaje, pero habremos de procurar que sea del modo más honesto, elegante y fidedigno posible. No se trata de arrugarse y soslayar una buena información, pero tampoco podemos consentir que el hecho de conseguirla redunde en un giro de mal gusto e intromisión absolutamente injustificables. No se puede mezclar el tocino con la velocidad: si al preguntar algo, un profesional puede que incurra en una desagradable actitud que el interlocutor no tiene obligación de soportar, en caso de duda, deberá abstenerse.

   Como siempre, en el medio está la virtud.

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