miércoles, 14 de marzo de 2012

Comunicando...¿qué?

   Estamos acostumbrados a escuchar que hay que comunicar bien, de un modo creativo, inteligente, sin faltas de ortografía (si el canal de transmisión es la palabra escrita), escogiendo cuidadosamente los colores y logotipos...

Cada color sugiere una sensación, que a su vez pretende transmitir un información.

   Todo esto está, sin duda, fantástico. Pero me temo que cada día se da más importancia al "cómo" que al "qué", de tal modo que incluso se da el paradójico resultado de que el "cómo" llegar a anular o contradecir al "qué". 

   Estos días se está hablando mucho (y lo que queda, por lo visto) de la nueva campaña de una firma de moda. Pese a carecer de conocimientos de ese mundo, máxime si me comparo con gente de la talla de mis idolatradas Di por Dior y Gratis Total, y no siendo el mío un cuaderno de bitácora sobre el tema, puedo comprobar que algo ha salido mal en esa campaña. Si bien es cierto que hay opiniones antagónicas, porque como en todo siempre hay alguien a favor y alguien en contra, y sin entrar en las intenciones empresariales o mediáticas de la casa, una cosa está clara: no queda claro el mensaje. No se sabe si se quiere ampliar mercado entre sectores de la población específicos, si se quiere romper con la trayectoria del sello y darle un nuevo enfoque o si, simple y llanamente, se quiere llamar la atención. Y ello ha desembocado en un persistente goteo de críticas donde da rotundamente un varapalo a la imagen de la empresa.

Hay que tener muy claro que la finalidad principal, junto con la comunicación del mensaje,
es la percepción del mismo y la respuesta del interlocutor.

  En cualquier caso, la moraleja es que a la hora de planificar una comunicación (sea transmisión verbal o escrita de un mensaje, sea la realización de un evento o se revista el contenido de un modo simbólico) hay que tener presente, ante todo, el mensaje. Si queremos vestir una mesa con adornos, candelabros, buena mantelería, etc., hay una pieza fundamental, "sine qua non", y es... efectivamente: ¡la MESA!.

   Con la comunicación pasa exactamente lo mismo. De nada sirve debatir largamente los colores, el logotipo, el grosor del papel, las luces, la altura del escenario, el número de pancartas, ... si no tenemos claro qué mensaje hay que transmitir. De lo contrario, estaríamos poniendo el mantel, los candelabros y la vajilla directamente sobre el suelo. Y eso es, cuando menos, ridículo.



El anuncio que ha suscitado debate entre prensa especializada, autores de bitácoras, 
opinión pública en general y, lo más importante, clientela (desorientada y defraudada)

   La mitología griega da ejemplos de mensajes mal transmitidos que acarrearon incluso muertes innecesarias. Egeo, padre de Teseo, había acordado con su hijo que si éste sobrevivía al Minotauro y volvía con vida a su casa, las velas del barco que lo devolviese a él debían ser blancas. Teseo volvió con vida pero se olvidó de cambiar las velas, y su padre, al ver las velas negras, se precipitó (nunca mejor dicho) al mar en su desesperación y se ahogó. Y la muerte de Píramo y Tisbe (que "mutatis mutandis" repite Shakespeare en "Romeo y Julieta") es otro caso claro de que la primera impresión es definitiva, y de que muchas veces es imposible paliar los daños.

El color de las velas determinó el fatal desenlace de un rey mitológico.

   Así, pues, sin miedo a morir pero sin olvidar tampoco lo grave que puede ser un error de comunicación, tengamos siempre presente el mensaje, el receptor (individual o colectivo), el canal y la forma... por este orden. Porque de nada sirve una hermosa e impactante campaña visual si el público receptor es ciego. Y de nada sirve un mensaje positivo que, al ser transmitido, pueda llevar a críticas y volverse negativo. Nuestras madres son, en ese sentido, unas asesoras de comunicación natas: "Hay que pasar las cosas por aquí (señalando la frente) antes que por aquí (señalando la boca)".

   Como siempre, en el medio está la virtud.

   

   


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